Conocerse a uno mismo abre la vereda hacía la realización; pero este conocimiento no llega gratuitamente, y requiere de la auto observación e indagación. Es una disciplina, ya que no se trata de obtener un conocimiento superficial de sí mismo, trata de prácticas recurrentes para lograr profundizar en lo más íntimo y recóndito de uno mismo. Esta búsqueda, que también es un modo de pasar de la insatisfacción a la satisfacción, no es con frecuencia fácil de alcanzar por uno mismo. Las enseñanzas y los métodos para guiar esta búsqueda son sin duda, los mayores aliados.
Una de las formas de transmisión de enseñanza que los grandes maestros nos han regalado, por excelencia son los cuentos. La mayoría de las filosofías orientales se valen de relatos para ilustrar aspectos diferentes de lo cotidiano. A lo largo del camino de mi vida, he tenido la fortuna de experimentar una forma de aprender a través de escuchar y leer bellos relatos.
De niña escuchaba ensimismada los cuentos que mi padre nos narraba junto a mis hermanos, mientras dejaba de llover para continuar nuestros deberes, todos alrededor del gran fogón.
Cada cuento que mi padre nos narraba era como un caleidoscopio de infinitas posibilidades, que nos permitía viajar por un mundo sin fronteras en el que todo era posible. Casi siempre lograba que viviéramos la aventura, sentíamos y vivíamos como los protagonistas de la historia, nos extraía de nuestra realidad por un buen tiempo, conociendo y aprendiendo de la historia.
De adulta me sucede lo mismo, no solo paso un rato distraída y sumergida en la historia, sino que soy la observadora feliz y curiosa de ese mundo en que se desarrolla la trama, extrayendo pinceladas de mi propia experiencia personal. Descubro sorprendentes e infinitas soluciones para hacerme cargo de alguna de mis insatisfacciones y abrir nuevos caminos de aprendizaje.
Hoy día veo como al aprendizaje le damos un sentido diferente de lo que realmente significa aprender y estamos ciegos ante su verdadero significado.
¿Cómo abrir los ojos ante tal ceguera? Si el ciego no sabe que no sabe.
Este bello cuento nos deja sus enseñanzas:
El ciego y la lámpara…
— Un ciego se despedía de su amigo, el cual le dio una lámpara. – El ciego dijo:
— Yo no preciso de la lámpara, pues para mí no hay diferencia entre la claridad y la oscuridad.
— Cierto es – dijo su amigo –, pero si no la llevas, tal vez otras personas tropiecen contigo.
— De acuerdo – repuso el ciego.
—Tras caminar un rato en la oscuridad, el ciego tropezó con alguien.
— ¡Uy! – gritó el ciego.
— ¡Ay! – gritó el otro.
—¿Es que no has visto la lámpara? – dijo enojado el ciego, a lo que el otro respondió:
—¡Amigo!, tu lámpara está apagada.
Los cuentos son una forma literaria que puede esquivar nuestras defensas y reflejarnos con las verdades que nos resistimos a ver. Tras escuchar un cuento, algo en el corazón nos pide silencio para hacer resonancia con lo que ha producido en nuestro interior, para dar espacio a aquello que nos permite, lo que en coaching llamamos “darse cuenta” …
¿Qué te enseña esta corta historia?
Comparte con nosotros tus reflexiones y aprendizajes.